En América Latina, según datos de la UNICEF, solo diez países (Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela), tienen una legislación específica que impide el castigo corporal en todos los escenarios, Colombia no se encuentra incluida.
A pesar que en muchos hogares por generaciones han usado el castigo físico como método de crianza, expertos debaten que estos métodos solo traen a largo plazo consecuencias irreparables, en el desarrollo de su personalidad, en temas de salud mental, etc.
En el año 2003 el Instituto Cisalva de la Universidad del Valle junto con el Ministerio de la Protección Social, desarrolló el proyecto “Estrategia de Información, Educación y Comunicación para la prevención de la Violencia en Bogotá, Cali y Medellín”. Para intentar modificar los patrones de interacción de los colombianos, en particular reducir la violencia física y verbal entre sus hijos y parejas.
En la primera fase de este proyecto, se estableció una línea de base y, a partir de los resultados obtenidos se diseñó una estrategia de Información, Educación y Comunicación (IEC) orientada con especial énfasis en la prevención del maltrato de menores. El cual obtuvo resultados favorables en los comportamientos violentos hacía los niños, por ejemplo, las cifras disminuyeron en darles palmadas para corregirlos (-7.8%) o pegarle al niño con un objeto (-9.5%). Además, hubo cambios favorables en las actitudes y normas hacia el castigo físico a los niños: “El castigo físico es necesario para educar a los niños” hubo una disminución en estas actitudes del (-6.1%).
También se encontró que a las personas que fueron sometidas a castigos físicos cuando eran niños, se les asoció con violencia interpersonal hacia sus hijos y pareja en la edad adulta.
En conclusión, aunque este tema tiene sus detractores, pues hablan desde su perspectiva de crianza, es claro anotar que el maltrato físico nunca será la salida para educar y corregir, se pueden adecuar otro tipo de métodos que puedan ser más eficaces para lograr cambiar lo que se desea y sin crear trastornos en niños que se pueden ver reflejados en su edad adulta, como, por ejemplo, las habilidades de crianza para cambiar los generadores de más violencia.